martes, 17 de abril de 2012

CRECIMIENTO ECONOMICO Y DESIGUALDAD. INTERESANTE DEBATE

Un reciente editorial de El Comercio ha desatado inusualmente un interesante debate entre destacados economistas locales, en torno a la desigualdad. Según el diario decano, cuya argumentación era más filosófico-moral que económica, se deben priorizar el crecimiento económico y el combate contra la pobreza absoluta –“poner pisos, no techos”–, más que combatir la desigualdad.
Waldo Mendoza replicó en el propio diario con una reivindicación de la lucha contra la desigualdad como una política pública económicamente relevante (y no sólo moralmente legítima). Citando copiosa literatura académica, sostuvo que en el largo plazo beneficia al crecimiento económico que la sociedad no tolere inmensas brechas de desigualdad material entre sus ciudadanos, o sea, que redistribuya.
Carlos Adrianzén, en el mismo periódico, rebate a Mendoza y afirma que los estudios no son concluyentes, y la evidencia es más bien contradictoria, de manera que la correlación entre igualdad y crecimiento que observaba Mendoza podría estar determinada por otros factores (como el plazo del análisis, el nivel de riqueza absoluto de la economía estudiada, entre otros). Sostiene, finalmente, que la necesidad de combatir proactivamente la desigualdad es esencialmente un dogma ideológico.
Por su parte, Élmer Cuba interviene en el debate con un artículo en Gestión, y hace un deslinde entre igualdad de ingresos e igualdad de oportunidades. Sostiene que es legítimo propugnar la segunda, pero que la primera es más discutible, porque la desigualdad podría simplemente ser fruto de diferentes capacidades y esfuerzos que no corresponde necesariamente al Estado neutralizar.
Lo primero que vale la pena resaltar es que en todo este debate ya nadie pretende sostener que el crecimiento y la igualdad son opciones o disyuntivas excluyentes; es decir, que debamos dejar de crecer para redistribuir. Se consolida, entonces, la convicción de que el crecimiento es una condición necesaria para la inclusión social. Ahora bien, entre combatir la pobreza absoluta y la relativa, siempre me he inclinado por lo primero; porque la dignidad es absoluta, no relativa y el igualitarismo genera riesgo moral; es decir, que algunos trasladen temerariamente el costo de su supervivencia a los demás. Fuad Hasanov y Oded Izraeli, en un artículo en la edición de marzo de Harvard Business Review, ratifican que la correlación entre desigualdad y crecimiento es compleja y contradictoria, pero tiende a sugerir que los extremos (mucha igualdad y mucha desigualdad) perjudican en el largo plazo el crecimiento. También reafirman que la desigualdad genera externalidades (conflictividad) y la igualdad, cohesión social, lo que favorecería la democracia.
Y en esa línea, lo cierto es que el mandato electoral que tiene el actual gobierno implica inequívocamente la adopción de políticas que combatan la desigualdad, sin estropear por cierto la estabilidad macroeconómica. De eso se trata la alternancia. De eso se trata la democracia

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