jueves, 23 de febrero de 2012

LEY DE RENDIMIENTOS DECRECIENTES, UNA FÁCIL INTERPRETACIÓN

Comparto con Uds. un interesante artículo de SEMANA ECONÓMICA. El enfoque es simple de entender y su interpretación es muy buena.
Jorge quería un carro. No tenía ninguno. Su vecino Miguel tenía cinco. Como Jorge es economista concluyó que robarse uno de los cinco carros de Miguel era económicamente eficiente y generaba bienestar.
Para ello Jorge aplicó la ley de rendimientos decrecientes. Según esa ley, llegado cierto punto, unidades adicionales de un bien generan una utilidad marginal decreciente.
¿Qué quiere decir eso en castellano? El primer carro de alguien le genera mucha utilidad a ese alguien, pues pasa de no tener movilidad a tener alguna. Un segundo carro también le genera utilidad, pero menos que el primer carro. Puede tener el segundo carro por si  el primero se descompone.  El tercer carro genera una utilidad aún menor que el primero y menor que el segundo, pues es poco probable que se descompongan los dos primeros carros. El cuarto quizás no se use nunca y sea sólo para impactar a los amigos. Y el quinto ya será capricho de coleccionista.
Ésa es la base de nuestro ladrón economista. Si le roba el carro a Miguel, estará mejor. El rendimiento marginal de ese mismo carro, en manos de Jorge, es mayor que el que tendría como quinto carro  de Miguel. Por ello el robo de Jorge sería eficiente y el juez que lo juzgue debería liberarlo de la cárcel. Su robo mata dos pájaros de un tiro: genera eficiencia y “justicia social”.
Este ejemplo se podría aplicar a cualquier bien. Si acabo de cruzar el desierto estoy dispuesto a pagar mucho por un vaso de agua (su rendimiento marginal es alto). Quizás pague mucho (pero no tanto) por el segundo, porque mi sed habrá disminuido. Algo similar pasará con el tercero. El cuarto, una vez saciada mi sed, tendrá menor rendimiento, pues lo usaré para lavarme. El quinto aún menos, pues se lo daré a mi caballo. Y el sexto, que usaría para jugar carnavales, tendrá un rendimiento marginal cercano a cero.
Tuve una interesante discusión en el Twiter con mi buen amigo Enzo Difilippi sobre este tema. Y doblemente interesante porque usualmente es a los abogados a los que nos toca defender a los ladrones (mala fama de la profesión le dicen) y no a los economistas como Enzo.
El tema se centró en las supuestas eficiencias del Impuesto a la Renta y su presunta superioridad sobre los impuestos que gravan el consumo (como es el caso del IGV o el Selectivo al Consumo).
Si se dan cuenta, el fundamento del Impuesto a la Renta es similar al del caso del ladrón economista. Los que tienen más plata valoran menos sus últimos soles. Los que tienen menos sólo tienen primeros soles. Por tanto, si tomo el dinero de los que más tienen, se los quito, y se los doy a los que menos tienen: paso el dinero de un uso menos valioso (el de los ricos) a un uso más valioso (el de los pobres). Igualito a agarrarse los carros de Miguel. Una historia a lo Robin Hood, donde robar se justifica en nombre de la “justicia” y de la “eficiencia”.
Y para ser más efectivo se les ocurre a los tributaristas una idea aún más perversa: la tasa progresivo. La tasa de lo que quito crece conforme tienes más renta.
Así funciona el Impuesto a la Renta, que se pone de moda en estos meses del año cuando nos esquilman sin piedad por cometer el pecado de haber sido productivos. Cuanto más productivo seas, más te pego (o más “contribuyes” te  dirá, eufemísticamente, la Sunat).
La cantidad de errores conceptuales y económicos en los que se basa el Impuesto a la Renta tal como lo aplicamos son tan obvios que no se ven. De hecho es un impuesto relativamente popular (lógico, lo pagan unos pocos).
Pero crea muchas distorsiones, varias de las cuales afectan, aunque no parezca, a los más pobres.
En primer lugar nos dirán -como me dijo Enzo- que cobrar impuestos es diferente de robar. Me pregunto dónde está la diferencia con el ejemplo del ladrón economista. El Impuesto a la Renta grava el derecho de propiedad adquirido con mi esfuerzo y habilidad. Es decir grava la adquisición de propiedades. Es quitarme algo mío de manera tan abierta como entrar a mi garaje y llevarse mi carro. La única diferencia es que el ejecutor de la Sunat tiene una autorización legal para romper la puerta. Pero si la justificación de estar por ley fuera suficiente, entonces las leyes de Chávez para agarrarse las viviendas de unos para dárselas a los otros están también justificadas.
Enzo contestó que era diferente porque por los impuestos uno paga por un servicio que recibe: los bienes y servicios públicos que brinda el Estado. Eso no es verdad, al menos de manera tan simple. Quizás el razonamiento se aplique a ciertos tributos, como el arbitrio para que recojan la basura o la tasa para que te emitan tu pasaporte. Pero en el Impuesto a la Renta se paga para financiar servicios que no va a recibir quien paga, sino otros que no lo pagan. Y si de calidad se trata, son servicios bastante caros para lo que dan. No hay una relación directa entre el uso de una calle o el aprovechamiento de la seguridad que te da la policía y el monto que pagas por Impuesto a la Renta. Cuanto más rico seas, menos de lo que pagas es por servicios que recibes.
De hecho el principio general es que por los servicios uno paga voluntariamente. Por eso la base del constitucionalismo está en que sean quienes pagan (a través de sus representantes y no los fantoches que llenan el Congreso) quienes aprueben los impuestos. Tanto es así que en los orígenes había una cámara donde estaban los representantes de los contribuyentes, que tenía que aprobar los impuestos que les iban a cobrar.
Así que, a fin de cuentas, el Impuesto a la Renta es una afectación de la propiedad que se pretende justificar en la ley de rendimientos decrecientes. Pero nunca perdonamos a un ladrón con el argumento de que genera con su robo mayor utilidad marginal.
En segundo lugar, el impuesto progresivo castiga el esfuerzo. Cuanto mejor haces las cosas, más pagas. Y con ello reduce la productividad de la economía. Es como colar plomos a las zapatillas de los atletas conforme se vuelven cada vez más rápidos.
En tercer lugar el Impuesto a la Renta termina afectando a los más pobres. Todos tendemos a gastar nuestros primero soles  en consumo. Si no tenemos suficientes soles, quizás no podamos cubrir una canasta básica.  Y nadie puede consumir más de lo que se produce, y nuestros sueldos dependen de la productividad y nuestra productividad depende de la inversión en capital humano y en capital a secas (ver sobre este punto mi post Las lecciones de las cucharitas y los indignados publicado el 24 de octubre del 2011).
Ésa es una de las razones por las que valoramos más nuestros primero soles: los usamos para cubrir nuestras necesidades. Usualmente lo que invertimos y ahorramos provienen de nuestros últimos soles. Por eso los ricos ahorran o invierten más que los pobres: tienen más “últimos soles”.
Cuando el Impuesto a la Renta te quita tus últimos soles, reduce tu capacidad de ahorro y de inversión. Claro que nos dirán que no importa porque el Estado usa ese dinero para invertir. Por supuesto, pero el rendimiento de la inversión pública es menor que el de la inversión privada y, por tanto, genera menos productividad. Si no veamos el papelón del Estado no pudiendo gastar el dinero que ya sacó de nuestros impuestos por su incapacidad para ejecutar gasto
El Impuesto a la Renta grava los ingresos no destinados al consumo, es decir, precisamente, lo destinado a la acumulación de capital que se vuelca a la inversión y que empuja la productividad. Y la aplicación de tasas progresivas agudiza el problema.
Al reducirse la inversión se reduce el capital invertido en aumentar la productividad. Y ello a su vez reduce los salarios, cuyo nivel es consecuencia directa de la mayor o menor productividad.  
El Impuesto a la Renta no reduce la capacidad de consumo de los ricos  (la mayoría de millonarios tienen mucho más dinero del que pueden gastar en sus necesidades personales o familiares), sino su capacidad de acumular capital destinado a inversión. Por tanto castiga la productividad y con ello castiga el consumo de los más pobres que ven sus sueldos disminuidos.
Y como usualmente los ingresos por Impuesto a la Renta no son tan importantes como los de otros impuestos, el resultado es una recaudación baja en relación con la afectación de la capacidad de consumo de los asalariados.
Por supuesto que me dirán que si el Estado invierte bien, también generará productividad. La verdad es que me gustan las historias de ciencia ficción, pero no financiadas con mi plata.
Los únicos impuestos justificables son los necesarios para generar bienes y servicios públicos de calidad. Todo lo demás que nos cobren es, simple y llanamente, un robo.



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